PALACIO DE BELLAS ARTES DE CIUDAD DE MÉXICO

Palacio de Bellas Artes

El Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México es el recinto dedicado a la producción plástica más antiguo del país. Fue realizado por los arquitectos Adamo Boari (1863 – 1928) y Federico Mariscal (1881 – 1971) entre 1904 y 1934; siendo declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1987.

Este edificio se enmarca en la corriente del Art Nouveau que, tras haber alcanzado un amplio desarrollo por Europa, comenzó a extenderse por el continente americano de manera incesante durante las primeras décadas del siglo xx. Por ello, se debe entender a la nueva arquitectura de principios de esta centuria como el primer gran fenómeno arquitectónico globalizado, puesto que ya no se trataba sólo de un movimiento exclusivo de Europa, sino que traspasaba las fronteras oceánicas. En este sentido, se puede apreciar la proximidad de una nueva era en la historia del arte, puesto que el mundo cada vez vivía más conectado y la mayor facilidad en los transportes incentivó que los artistas europeos se trasladaran a América en búsqueda de nuevas oportunidades que les garantizaran un futuro próspero. De este modo, poco a poco, el foco artístico se irá desplazando desde las metrópolis europeas a los territorios americanos; especialmente EEUU con Nueva York como la gran ciudad cosmopolita y capital mundial del arte tras la II Guerra Mundial.

Así pues, siguiendo la estela del país vecino, México aspiraba a constituirse como un gran núcleo en el panorama artístico mundial. Por esta razón, el 2 de Agosto de 1904, sobre el solar del demolido Teatro Nacional de México y siguiendo las trazas de Adamo Boari, empezaría a construirse el Palacio de Bellas Artes con el objetivo de albergar la mayor colección de obras de arte del país y ejercer como el principal centro cultural mexicano; que acabaría convirtiéndose en Museo de Bellas Artes y Museo de la Arquitectura. De hecho, pese a que su construcción atravesó diversas peripecias (como el hundimiento del suelo a causa de la irregularidad del terreno – cuestión que afecta a numerosos edificios histórico-artísticos de la ciudad como la Catedral –, problemas económicos, la marcha de Boari de México…), y en especial la Revolución Mexicana de 1910 que forzó la detención de las obras en 1916 hasta 1931 con Federico Mariscal al mando del proyecto, el Palacio de Bellas Artes se ha convertido en todo un símbolo de la arquitectura modernista mexicana.

De esta manera, especialmente por la intervención de Mariscal, la estructura del complejo sigue los parámetros del Art Decó con el uso de materiales como ónix, mármol y detalles de herrería. Además, a nivel ornamental, se presenta como una simbiosis de elementos locales de las primitivas civilizaciones (como el mascarón de Tláloc y de Chac, que representa a la deidad mexica y maya asociadas a la lluvia respectivamente; o las lámparas con forma de cascada, que simbolizan el agua que desciende del Dios Chac) y alegorías de la tradición grecorromana de origen europeo que la mayoría se presentan como un recuerdo al Teatro Nacional sobre el que se levanta el Museo (como el remate de la cúpula con cuatro mujeres aladas que encarnan el Drama, el Drama Lírico, la Comedia y la Tragedia; la escultura de La Música, que consiste en una musa tocando el violín con un hombre escribiendo las notas que escucha; una máscara griega; alegorías de la juventud y la edad viril; el relieve de La Armonía; etc.

Por ello, el Palacio de Bellas Artes representa la culminación en cuanto al proceso de consolidación del movimiento modernista en México, puesto que todos los valores de la estética del Art Decó quedan plasmados en su diseño. Así pues, un buen ejemplo de la conexión del edificio con sus correspondientes europeos es la gran cúpula de cristal que cubre la parte central del monumento, puesto que se enlaza con las bóvedas de vidrio que caracterizan el estilo (como es el caso de la Casa Tassel de Víctor Horta o el Palau de la Música Catalana de Lluís Domènech i Montaner).

Por tanto, los juegos de luces y colores, a través de los distintos materiales y formas de concebir la perspectiva del edificio, convierten al Palacio de Bellas Artes de México en un símbolo del nacimiento de un cambio estético y temático en la cultura del país. De este modo, con la creación de esta enorme galería, surgirá un nuevo lenguaje y actitud acerca del arte que impulsará todavía más la corriente pictórica que comenzaba a despuntar en aquellos tiempos: el muralismo de Frida Kahlo, Diego Rivera y José Clemente Orozco.


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