MONJE A LA ORILLA DEL MAR
Monje a la orilla del mar es un óleo sobre lienzo (110x171,5cm) perteneciente a la categoría de pintura paisajista. Fue realizado por el artista alemán Caspar David Friedrich (1774 - 1840) entre 1808 y 1810 y, en la actualidad, se encuentra en el Palacio de Charlottenburg en Berlín.
En
primer lugar, debemos hacer hincapié en que se trata de una de las obras más
relevantes del período de formación de Friedrich, puesto que su primer gran
éxito se dio en 1805 al resultar vencedor de un concurso artístico organizado
por Goethe en Weimar, gracias a dos paisajes realizados en tinta sepia (Procesión
a la caída de la tarde y Tarde de otoño junto al mar). Además, el
marco en la vida del artista donde tenemos que situar sus primeras pinturas es un
período marcado por los primeros episodios de depresión que sufriría a lo largo
de toda su vida que, incluso, derivó en un intento de suicidio en torno a 1801
y 1802. Por esta razón, si comprendemos el universo introspectivo del gran
pintor por excelencia del Romanticismo Alemán, se puede llegar a comprender
gran parte de su obra determinada por la evocación de la soledad, como reflejo
del retraimiento que caracterizó su vida. Así pues, al igual que muchos grandes
maestros románticos de su época, Caspar David Friedrich poseía una particular
psicología interior, muy atormentada por la realidad histórica en la que se
encontraba que le llevó a la búsqueda de una nueva espiritualidad.
De
este modo, a comienzos del siglo xix,
en las tierras del norte de Alemania se fue configurando un nuevo ambiente
intelectual en plena expansión de las ideas liberales de la Revolución Francesa
a causa de las conquistas del Imperio Napoleónico. Ante esta situación, la
decadencia del modelo de sociedad tradicional europeo quedó plasmada y se abría
un nuevo horizonte de posibilidades para la libertad y la prosperidad de la
humanidad. En este sentido, pese a su actitud política antifrancesa, Friedrich sintió
la necesidad de impulsar la libre expresión del pueblo y vio la necesidad de
refugiarse en la creación de un lenguaje simbólico del arte, que se opusiera a
las reglas establecidas por lo clásico y se basara en encontrar una respuesta
subjetiva y emocional al mundo natural. Con todo, siguiendo su espíritu por
transmitir una nueva percepción y emoción de la realidad, Friedrich se acoge a
la pintura de paisaje para evocar la sensación del absoluto como mirada hacia
el horizonte y las metas de la historia.
En
este contexto, se debe enmarcar Monje a
la orilla del mar, puesto que esta
pintura se presenta como una alegoría del estado vital del artista. Por ello,
Friedrich asume la nimiedad y fruslería del ser humano ante la inmensidad del
universo como el elemento central de su obra. Así pues, a través de toda una
incesante simbología, el pintor trata de expresar el valor de “lo sublime”, a
partir de un paisaje que sobrecoge por su evocación del infinito.
De este modo, esta obra describe un paisaje
desolador fruto de la profunda fuerza que ejerce la naturaleza en su estado más
puro y salvaje. Una atmosfera cargada de niebla y misterio se alza sobre el mar
embravecido con imponentes olas que se extienden por el horizonte ilimitado.
Ante este panorama, la diminuta y enjuta figura del monje en la bahía se yergue
perdida en mitad del abrumador fondo que se presenta frente a sus ojos. Como
consecuencia, se desprende una sensación de estupefacción por la magnificencia
de la vista que se aprecia en el cuadro.
Para realzar este sobrecogimiento que produce la
contemplación de Monje
a la orilla del mar, Friedrich
recurre a una gama de colores fríos que invaden todo el cuadro causando una
mayor impresión aterradora de la naturaleza indómita. Al mismo tiempo, la
pincelada rápida y suelta refuerza la agitación del océano y del cielo tormentoso;
lo cual recuerda al estilo enfurecido que Turner adquiriría en esa misma época
con Aníbal cruzando los Alpes (1810 – 1812) y que ya marcaría toda la
trayectoria del pintor inglés. Con todo, el artista alemán se sirve de todos
estos recursos técnicos para impregnar su pintura de un ambiente feroz e
impetuoso que reduce al ser humano a un detalle insignificante.
Además, el hecho de que el personaje representado
sea un monje no es algo casual ya que, como hemos apuntado anteriormente,
Friedrich aspiraba a configurar una nueva espiritualidad del arte en una época
en que los pilares que regían la sociedad occidental del momento estaban a
punto de desplomarse en favor del triunfo del liberalismo. Así pues, la
presencia del individuo solitario en la orilla del mar de espaldas al
espectador representaría esa concepción del mundo en decadencia que debía ser
sustituida y regenerada por unos nuevos valores representados por el espíritu
romántico de la libertad del individuo, el subjetivismo y la fe en el renacer
de la cultura europea que conllevarían a la consecución de la modernidad.
Por ello, a través de Monje
a la orilla del mar, Friedrich
abre un camino hacia la contemplación interior del ser humano y su
contraposición con la infinita naturaleza. Esta reflexión se mantendrá muy
presente en toda su producción artística desde entonces hasta llegar a culminar
con la elaboración de El
Caminante sobre mar de nubes
y Acantilados blancos en
Rügen (ambos datan de 1818),
donde el paisaje sublime emerge frente a los ojos de la figura humana
perdiéndose en el horizonte infinito mostrando la creencia panteísta en la
divinidad de la Madre Naturaleza siempre eterna frente a la efímera existencia
humana. De este modo, Friedrich enfocará su obra en reflejar la incapacidad del
ser humano por dominar la naturaleza ya que ésta siempre cuenta con una fuerza
superior fuera del alcance de la humanidad.
Por tanto, Monje
a la orilla del mar nos debe hacer
reflexionar no sólo en la realidad de la época en que Friedrich lo pintó,
puesto que se trata de una obra de arte con carácter atemporal y cuyo
significado es perfectamente aplicable a nuestra contemporaneidad. En este
sentido, pese al gran desarrollo tecnológico que se ha alcanzado en las últimas
décadas, no podemos obviar las repercusiones de nuestros hábitos de vida en la
naturaleza que se ven reflejadas en el fenómeno del cambio climático. Por ello,
el cuadro de Friedrich nos hace recordar cuán poderosos y feroces pueden llegar
a ser los elementos naturales, de modo que tenemos que ser respetuosos con la
Madre Naturaleza pues ésta nos ha creado, pero también tiene fuerza de sobra
como para actuar de forma implacable.
Comentarios
Publicar un comentario