LA CAPITAL BÁLTICA DEL ART NOUVEAU
En
la desembocadura del río Daugava y a orillas del mar Báltico, Riga se presenta
como la capital del Art Nouveau (o Jugendstil, como es más conocido en Europa
Oriental) con un amplio centro histórico basado en la arquitectura modernista y
las construcciones de madera del siglo xix,
que incluso está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1997.
De este modo, nos encontramos ante una ciudad que alberga un profundo tesoro
modernista en su corazón que, sin duda, merece ser desentrañado.
Así
pues, a finales del siglo xix, Riga
comenzó a experimentar un notable desarrollo industrial que derivaría en un gran
crecimiento económico y demográfico; convirtiéndose en una de las ciudades más
importantes del Imperio Ruso, casi al nivel de Moscú y San Petersburgo. De
hecho, el aumento de población generó la necesidad de ampliar la urbe más allá
de sus murallas, por lo que fueron demolidas en 1856; y, siguiendo el trazado
hipodámico en manzanas cuadradas característico de los ensanches de esta época (como
Barcelona con el Plan Cerdá o el Barrio de Salamanca de Madrid), se creó el
entorno de bulevares y jardines que envuelven el casco histórico rigués. Como
consecuencia, se producirá una intensa actividad arquitectónica de Art Nouveau,
concentrada sobre todo entre 1904 y 1914, que se extenderá por toda la capital
letona hasta llegar a dotarla con más de 800 edificios del Jugendstil y
constituir un patrimonio modernista que abarca casi un tercio de su área
central y numerosos barrios.
Por
esta razón, se debe señalar la especial relevancia que desempeñarán los arquitectos
locales del Instituto Politécnico de Riga (inaugurado en 1869) quienes, inspirándose
en las construcciones alemanas y austríacas, dotarían de una nueva imagen modernista
a la ciudad. En este sentido, aunque procedente de Ucrania, la figura de Mijaíl
Eisenstein será uno de los máximos exponentes que participarán en el proyecto
de renovar la estética de la ciudad, siguiendo los modelos del Jugendstil y del
Art Nouveau francés con cuyos diseños se había familiarizado (especialmente de
Hector Guimard y Víctor Horta). De esta manera, el arquitecto ucraniano
participará en la construcción de singulares edificios en las tres grandes
calles del modernismo rigués: Elizabetes, Alberta y Strelnieku.
Uno
de los grandes ejemplos lo encontramos en el edificio Elizabetes iela 10b
que representa el estilo ecléctico característico de Eisenstein, puesto que la
fachada cuenta con un aura muy rítmica y una variada decoración que se presenta
como una simbiosis de estilos anteriores. De esta forma, encontramos referencias
clásicas en el ornamento como los motivos vegetales, guirnaldas y animales
(pavo real que adorna el frontón) y también locales como un casco de vikingo
sobre la ventana central del segundo piso o rostros grotescos que emulan a
gentes los antiguos pueblos germánicos. Con todo, su vínculo con la
arquitectura europea es muy notable, puesto que la obra de Eisenstein está
estrechamente asociada con el arte occidental y una prueba de ello está en el cuerpo
central ondulante de la fachada del propio Elizabetes iela 10b o del Alberta
iela 8, que guardan cierta similitud con el que presenta la Casa Tassel de
Víctor Horta.
No
obstante, al mismo tiempo que se desarrollaba la corriente ecléctica, surgió
una nueva tendencia más localista denominada nacionalista romántica, derivada
de la generalización entre el pueblo letón de una identidad propia tanto
cultural como política. Por ello, frente al carácter europeizante del
eclecticismo, el estilo nacionalista romántico buscaba configurar una
arquitectura puramente letona que reflejara la distinción artística de este pueblo
con respecto al resto de Europa. Así pues, se trata de una tendencia centrada
en una decoración sobria propia del arte popular autóctono, impresionantes
magnitudes y el uso de materiales constructivos naturales.
Dentro
de esta variante del modernismo letón, se debe destacar la figura del
arquitecto rigués Eižens Laube con
el edificio Brividas 62, cuya fachada refleja la esencia de la arquitectura
nórdica en su estado más rudimentario, rehusando prácticamente del ornamento
que se reduce a motivos geométricos (frecuentes en la estética báltica). De hecho,
el color negro de la fachada muestra el escaso gusto por embellecer al edificio
frente al interés por mostrar la pureza del material empleado como reflejo de
la adaptación de la arquitectura tradicional a los nuevos tiempos y técnicas de
construcción.
Por tanto, la convivencia de ambas variantes modernistas tan dispares a nivel estético dio lugar a la transformación de Riga como una ciudad abierta a la vanguardia arquitectónica europea, a la vez que se mostraba como el foco principal de la identidad nacional letona que reivindicaba su proyección cultural frente a la preponderancia de las grandes capitales del Imperio Ruso.
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