LA CUEVA DE COVADONGA
La cueva de Covadonga
es un óleo sobre lienzo (52,5x43,3cm) perteneciente a la categoría de pintura paisajista.
Fue realizado por el artista ferrolano Genaro Pérez Villaamil (1807 – 1854) en 1850
y, en la actualidad, se conserva en el Museo de Bellas Artes de Asturias en
Oviedo.
Para
comenzar, se debe señalar que se trata de una obra tardía en la producción del pintor
gallego, puesto que corresponde al último viaje que realizó el maestro por
tierras asturianas. En este sentido, es preciso indicar que Villaamil representa
el alma del viajero romántico ya que, durante toda su vida, se dedicó a
recorrer España y Europa en búsqueda de ambientes que inspiraran su obra; con
el fin de crear una nueva espiritualidad en el arte y también, en el caso de los
paisajes españoles, retratar la realidad sociocultural del país. Además, en 1833,
conocerá al pintor escocés David Roberts, quien le transmitirá la concepción paisajística
romántica británica; lo cual marcará toda su producción artística a partir de
ese momento.
Así
pues, motivado por sus ideales liberales (que le llevaron incluso a formar
parte del ejército liberal en 1823 para combatir contra los absolutistas del
comando francés de los Cien Mil Hijos de San Luís), Villaamil tenía un
planteamiento del arte basado en la libertad del espíritu y en la búsqueda de la
creación de un nuevo mundo a través de la pintura. Por ello, para él, la
naturaleza se presentaba como el escenario ideal sobre el que construir la
nueva realidad, ya que se trataba de un entorno idílico, tranquilo, claro y
deshumanizado frente al antiestético, ajetreado, oscuro y abandonado mundo de
la sociedad urbana industrial. De hecho, sus viajes, y en especial su contacto
con Roberts, le llevaron a adquirir una profunda atracción por los monumentos
medievales, dotados de un carácter espiritual único y capaces de crear la
atmósfera idónea para evocar las reminiscencias de un ambiente puro y sin
artificio.
De
este modo, todos estos aspectos se sintetizan en La cueva de Covadonga,
una pintura cuyo paisaje se nos muestra revelador de múltiples cuestiones. Por
un lado, la importancia simbólica a nivel histórico del emplazamiento ya que,
como emplazamiento de la primera victoria cristiana sobre los invasores
musulmanes dirigida por Don Pelayo en el 722, se ha convertido en todo un icono
de la identidad nacional hispana. Por tanto, no es de extrañar que el lugar
cobrara una notable importancia espiritual ya que, desde Covadonga, se
proyectaría el sentimiento patriótico de la nueva expansión cristiana, por lo
que para el artista supone una forma de reconectar el pasado con el presente, ya
que la lucha de los cristianos por su independencia ahora debía ser
reinterpretada como una alegoría del afán por la libertad romántica por alcanzar
la democracia en la sociedad frente a la tiranía del absolutismo y las desigualdades
sociales.
Al
mismo tiempo, el hecho de representar una cueva nos remite a un lugar de cobijo
y recogimiento, puesto que se trata del elemento de la naturaleza que, desde los
primeros tiempos, sirvió de guarida al ser humano para protegerse de las
inclemencias del mundo exterior. Por ello, se establece esta relación de
importante valor antropológico entre humanidad y cueva, ya que ésta siempre ha ejercido
como un lugar místico y ceremonial para que los humanos desarrollaran su
actividad ritual. Por esta razón, Covadonga constituye una buena muestra de
este espíritu religioso al tratarse del santuario dedicado a la Virgen de
Covadonga, patrona de Asturias, por lo que la reflexión espiritual se hace
inevitable.
Así
pues, Villaamil pretendía reflejar la arraigada sacralización y devoción
existentes en la sociedad de la época en torno a la cueva. De hecho, a través
de los diferentes personajes a modo de peregrinos que marchan a adorar a la Virgen,
se puede apreciar la imagen de una España costumbrista y con un profundo gusto
por la tradición; lo cual refuerza aún más el sentido espiritual y nacional del
cuadro.
En
definitiva, a través de la recreación de un paisaje, La cueva de Covadonga
representa un retrato perfecto de la sociedad española de mediados del siglo xix, llena de un fuerte misticismo; pero
donde, al mismo tiempo, estaba naciendo un sentimiento de culto por la libertad
y la búsqueda de un nuevo horizonte puesto que, al igual que en Covadonga en el
siglo viii, se estaba gestando un
nuevo espíritu patriótico.
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