LA ESPERANZA

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La esperanza es un óleo sobre lienzo (142x111cm) perteneciente a la categoría de pintura alegórica. Fue realizado por el pintor inglés George Frederick Watts (1817 – 1904) en 1886 y, en la actualidad, se encuentra en la Tate Britain de Londres.

Influenciado por la tradición simbólica existente en Inglaterra por la repercusión del prerrafaelismo, en especial por su contacto con Dante Gabriel Rossetti, Watts trató de orientar su obra hacia un enfoque esteticista de la realidad que tenía por objeto convertir el arte en una reflexión de la moral y de la sociedad contemporánea. Así pues, su visión del mundo estaba enfocada en una contraposición con la concepción utilitarista imperante en el momento a causa de la Revolución Industrial, puesto que sentía un profundo sentimiento de atracción por la búsqueda de la felicidad y la prosperidad del ser humano en la sociedad de forma natural.

En este sentido, Watts acabará creando un universo simbólico en el conjunto de su obra que le llevará a iniciar un nuevo movimiento en el marco del período victoriano: el simbolismo. De hecho, a partir de las ideas del fundador de la mitología comparada Max Müller y de forma similar a los prerrafaelitas, el pintor británico pretendía configurar una nueva espiritualidad a través de su pintura basada en la simbiosis entre el folclore, la antropología, la historia y la literatura occidental. De este modo, acabará recurriendo a personajes y temáticas de la tradición cultural a los que aplicará sus connotaciones personales y los redefine; como sucede con El Minotauro, Psique, Orfeo y Eurídice, Tras el diluvio o Eva arrepentida.

Por ello, La Esperanza se presenta como una reinterpretación completa de la iconografía tradicional de esta alegoría de profundo significado místico y espiritual. Así pues, mientras que, hasta ese momento, por la incidencia de la religión cristiana, se había asociado, junto a la fe y a la caridad, como una de las tres virtudes teologales; Watts se aproxima más a su significado clásico y crea una nueva visión de éste. Como consecuencia, el pintor muestra una imagen centrada en la Elpis griega, puesto que no adquiere tanto un valor positivo sino como un ser lleno de misterio y tenebrismo.

De esta forma, lejos de continuar con el modelo tradicional de representación, Watts se centra en presentarnos a la Esperanza como una joven tocando una lira a la que sólo le queda una única cuerda, tratando de escuchar un mínimo sonido al pulsarla. Además, cuenta con los ojos vendados lo cual es signo de la plena concentración que quiere demostrar en escuchar el sonido que emite el instrumento, inhibiendo el sentido de la vista para no prestar atención a nada más del mundo que le rodea. Finalmente, la protagonista se halla situada sobre una gran esfera en un fondo inmaterial que encarna el globo terráqueo en el cosmos infinito para reflejar la universalidad y la atemporalidad de la Esperanza.

Por tanto, Watts crea una pintura en la que trata de mostrar la capacidad del individuo por aferrarse a lo imposible, llegando a ser inútil cualquier esfuerzo cuando todo está perdido; puesto que, ante el rechazo a aceptar la crudeza del destino, el ser humano busca cualquier remedio para aplacar su dolor. Sin embargo, la percepción que nos trata de mostrar el artista es que no se debe buscar la música de la lira rota, sino dejar de empeñarse en ilusiones vanas porque lo perdido está olvidado. Por ello, para Watts, es preferible tratar de buscar nuevos horizontes que transformen el mundo decadente de la industrialización ya que, ante la falsa esperanza por alcanzar el progreso de la sociedad, seguir por ese camino no traerá más que miseria, desigualdad y la desaparición de los valores espirituales; de modo que se debe recuperar el misticismo de las antiguas creencias, no tanto en un sentido teológico, sino moral para reconstruir el futuro.

En definitiva, La Esperanza debe introducirnos una reflexión acerca nuestro propio presente ya que la advertencia que realizaba Watts a finales del siglo xix se mantiene viva en nuestro mundo marcado por la revolución industrial y tecnológica. Un ejemplo lo encontramos con la amenaza del cambio climático que se cierne sobre la humanidad como una consecuencia directa del desarrollo técnico y es conveniente actuar con prontitud, antes de que el daño sea irreparable y de nada sirva aferrarse a la última cuerda de la lira.

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